lunes, 12 de diciembre de 2011

Ser sostenibles


A falta de recetas nuevas sin emisiones de GEI en mi cocina solar, que a su vez se debe a la falta de días soleados y un puente vacacional, me lanzo a renovar el estado de este blog solar con unas impresiones personales largamente meditadas sobre el concepto de SOSTENIBILIDAD, sin duda merecedor de un 90 en KLOUT o, si fuera mujer, completamente harta de que se abuse de ella, pues considero que la idea de lo sostenible no solo se ha tergiversado ampliamente hasta acomodarla a nuestra capacidad de asimilación de la realidad, sino que ha caído víctima del eco-marketing de este siglo, marketing capitalista disfrazado de nomo verde que se la está follando sin reparos, obligando a la maltrecha sostenibilidad a que dé a luz sin parar a coches sostenibles, edificios sostenibles, y sí, ciudades enteras sostenibles. La matriz de la sostenibilidad planetaria debe ser a a estas alturas como un globo inflado un millón de veces por las bocas de todos los que tienen algo que opinar sobre ella, así que yo no voy a ser menos, allá voy: 

Entender lo que es la sostenibilidad parece cosa sencilla, pero encierra algunas trampas para la mente fácil de ser seducida por un futuro mejor que el Presente, que siempre es peor que el pasado, cosas de la vida, sostenible o no. 

Aunque detrás de las posturas más radicales sobre sostenibilidad se parapetan aspiraciones neuróticas de inmortalidad, para la mayoría de la gente ser sostenibles no es más que tener una prórroga en la Tierra, por buen comportamiento, hasta que un nuevo dios nos permita ser otra vez insostenibles.  Todo esto hace que el concepto no cuaje en los foros académicos como se merece y se haya convertido en un ente borroso, en una nube (cloud) de datos en evolución. 

Una cosa que no deja lugar a muchas dudas es que nuestra sociedad no ha sido muy sostenible en los últimos 200 años, sino altamente dinámica y por tanto transformadora, de tal manera que dicha transformación, aplicada en principio sobre el entorno que nos sirve de sustento, se vuelve sobre el sujeto transformador y le obliga a transformarse a sí mismo si quiere seguir vivo. Es decir que lo insostenible es la base de la evolución, también de la nuestra y lo estamos haciendo de maravilla. 

Sin entrar a cuestionarnos en lo psicológico y social las causas de tanta ansiedad productora de formas efímeras de vida, de moda volátil, de un cambio permanente y cruel, sí que aparece la pregunta intrínsecamente ligada a nuestra naturaleza humana inquieta, ansiosa, inconformista, creadora y destructora sobre si realmente seremos capaces o necesitamos siquiera ser sostenibles, ni para nuestro propio bien ni para el del planeta, ya que éste último sabrá arreglárselas perfectamente sin la humanidad, una vez que nuestra luz se haya extinguido por completo en la Tierra y ese instante llegará, de eso tampoco me cabe duda. Y pienso así cada día más que la idea de la sostenibilidad oculta nuestros temores más profundos a la muerte, a la extinción. 

Así que me pregunto si lo sostenible es posible en un marco pisco-sociológico de la mente creadora-transformadora que nos caracteriza y que somos hasta la médula; me pregunto si tal paz planetaria -la existencia sostenible y armónica con todos los seres de la Tierra y con la misma Tierra como Ser inteligente que es- no debería ir precedida de una paz interior de la que no seremos capaces, simplemente porque no es nuestro estilo, porque ni siquiera lo necesitamos, pues aquí no hemos venido a durar, sino a brillar. Los dinosaurios duraron, pero nosotros somos mucho más dinámicos para siquiera durar una décima parte de su tiempo en la Tierra. 

Desde que el Hombre controlara el fuego hace 400 mil años, la cantidad de energía necesaria para sostener nuestras vidas individuales se ha multiplicado por mil. Y si la fusión nuclear se convirtiera en una opción comercial sostenible, esta cifra puede aumentar exponencialmente, ¿y por qué no?  El Universo entero es una cantidad infinita de energía. ¿Por qué vivir con lo estrictamente necesario si nuestro progreso en capacidad de comprensión del Universo, ligado a la cantidad de tecnología disponible, tecnología cara, inteligente y de calidad, exige energía sobrante para lanzar satélites y robots al espacio exterior, y no una sociedad agraria incapaz de despegar la vista del suelo? 

Si nuestra única y más cotizada meta en este momento histórico es hacernos sostenibles, es decir, durar milenios sin cambios significativos en la forma de construir sociedades y relacionarnos, ¿qué sentido tiene la exploración que hemos llevado a cabo durante los últimos siglos, tanto del entorno como de nosotros mismos, impulsados por la misma inquietud, la misma furia desatada que necesita mucha energía para cumplir sus metas y sueños?

Creo que simplemente nos somos conscientes de lo que significa en todas sus consecuencias ser sostenibles. No somos sostenibles y es muy difícil que lo seamos nunca, pero somos brillantes, audaces, atrevidos, cambiantes.  Nadie en su sano juicio sería capaz de vivir en una sociedad que solamente persigue la estática existencia de una huella ecológica imperceptible durante siglos. Tarde o temprano alguien intentaría hacer uso de una sobredosis de energía, así somos, para nuestro bien. 

Pero si algo nos ha llevado a esta reflexión sobre las consecuencias de nuestros actos y nos ha lanzado de cabeza a nuevos retos de adaptación y supervivencia es precisamente nuestra insostenibilidad, nuestra capacidad de dejar huella, de mirarla luego en profundidad y sacar conclusiones, convertir los errores en actos más precisos.  Y no amamos la vida más porque no nos atrevamos a tirarnos un pedo por miedo a contaminar el aire. Pero lo que debemos asimilar sin tapujos es que no somos eternos y nuestra curva existencial no engaña: estamos más al final de nuestro ciclo que al principio, eso sí haciendo mucho ruido y mucho humo y aprendiendo de ello a un ritmo vertiginoso. 

Para seguir progresando como seres espirituales hechos carne, el tiempo que nos quede en la Tierra necesitaremos cantidades ingentes de energía. Realmente necesitaremos exprimir la Tierra. Si para ello debemos remover el planeta por completo, lo haremos y luego trataremos de resolver las consecuencias de nuestros actos, porque así es como nos conocemos y aprendemos y ya hemos superado varios cambios climáticos, pues es en los cambios donde nos crecemos, adaptando nuestra vida, reorganizando nuestras sociedades y hábitos. El mundo es nuestro reflejo, un reflejo que necesitamos desesperadamente, aunque no nos guste. La clave en poder beneficiarse de lo bueno está en saber asimilar lo malo, pues somos monedas con dos caras. 


La vida se puede medir por muchos parámetros, pero sólo hay uno que cuenta a largo plazo: la cantidad de energía disponible. La energía disponible marca nuestro capacidad de creación. Pero crear lleva consigo generar residuos. Y eso significa dejar huella, de un modo u otro; significa transformación constante y también nacimiento, crecimiento y muerte. No podemos conocernos si no aceptamos la idea de nuestra propia muerte, de nuestro fin, aunque sea a causa de nuestros propios actos, ¿y de quién o qué sino?  

Lo sostenible entendido como existencia sin huella ni residuo es una falacia, un sueño de cobardes y ahora mismo sobre todo una diosa platónica convertida en furcia a manos del capitalismo salvaje. Y nadie tiene ni zorra idea de lo que realmente debemos hacer, exceptuando, tal vez, Greenpeace, ah, y Google.    

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